A los 17 años la casaron con un hombre musulmán. En estas culturas la mujer no elige a su marido, es la familia quien lo elige. Al poco de casarse se quedó embarazada y tuvo una hija, a los seis meses murió de una diarrea. Sus ojos brillan emocionados. Después tuvo un hijo que actualmente tiene diez años, una enorme sonrisa ilumina su cara cuando lo recuerda. Más tarde tuvo otra niña que también murió con tres meses de una diarrea. Sálmata no parece feliz recordando su pasado, se entristece recordando que no podía salir a la calle sin permiso de su marido y que cuando salía tenía que ir tapada.
Cansada de una vida que no había elegido decidió divorciarse y trasladarse de ciudad. Cambió su vida. Ahora es ella quien decide lo que tiene o no tiene que hacer. Cuando llegó a Banikoara se apuntó a la coral de la parroquia, allí se siente feliz. Se siente útil y le ha servido para conocer gente nueva y disfrutar cantando. Ahora no quiere saber nada de hombres, solo quiere ser feliz. Se preparó para ser peluquera y ahora tiene su propia peluquería.

No sabe leer ni baribá ni francés, pero habla las dos lenguas. Por ser mujer tuvo que dejar de ir a la escuela muy pronto. Aquí los niños tienen prioridad para ir al colegio las niñas se quedan en casa a cargo de los hermanos más pequeños.
Sálmata se quiere bautizar y ponerse un nombre cristiano (es curioso en España hay gente que va a las parroquias para que el cura los borre del registro bautismal y aquí la gente pide bautizarse…). Ya ha empezado a ir al catecumenado.
- Yo creo que Dios es mujer - dice riendo.
- ¿Por qué dices eso?
- Porque ama en silencio y da la vida.
Gerardo J. Cámara. |